lunes, 1 de abril de 2013

"Los límites de la insolidaridad"

"Los límites de la insolidaridad", La Voz de Galicia, Mercados, 31-3-2013.

A ORILLAS DE LA CIFRA

Xosé Carlos Arias

                   Los límites de la insolidaridad

Aceptemos que no se debe tolerar un casino anclado en medio del Mediterráneo. Afirmemos con claridad que no es posible que el sistema bancario de un país sea casi ocho veces mayor que el tamaño de su economía (lo cual por cierto, debió ser tenido en cuenta antes del ingreso de Chipre en la UEM, ¡hace apenas cinco años!). Aprobemos con entusiasmo la idea de que los desmanes financieros deben pagarlos aquellos que los han provocado. Reconozcamos incluso que la fórmula final de resolución del rescate chipriota ha sido aceptable en sus términos, teniendo en cuenta todas las circunstancias. Aún así, lo acontecido en estas últimas semanas quedará sin duda registrado en la historia universal del despropósito político.

Desconcierto, chapuza, disparo al propio pié, bomberos pirómanos: todas esa expresiones apuntan a una descripción amable de lo que ha sido el comportamiento del llamado Europrupo durante estos días, en los que los principales líderes de la UE -y también Mario Draghi- han estado totalmente ausentes. Recordemos que los ministros de Economía aprobaron por unanimidad una leva sobre todos los depósitos de la isla, lo que daba lugar a una quiebra del principio de garantía del Estado y la consiguiente crisis general de la confianza en la banca (un negocio que, no se olvide, se basa precisamente en eso). Que era un gran dislate lo prueba que ahora –también de forma unánime- no se escucha más que el mensaje contrario: los depósitos asegurados no se tocan ni se tocarán. El problema es que el demonio de la desconfianza, una vez liberado de grilletes, es malo de volver a atar: por eso, esta crisis chipriota, mucho más allá de lo insignificante que pueda ser su economía, deja un legado perverso que ojalá no haya que recordar en futuros episodios de inestabilidad financiera en Europa, que los habrá. No es raro, entonces, que una y otra vez se repita la misma pregunta: ¿cómo ha sido  posible ese error?.

Quizá caben distintas respuestas, pero hay una más convincente que las demás: en los últimos años, bajo la creciente hegemonía alemana, Europa ha ido amoldándose a un único modo de resolver sus graves problemas: ajustando cuentas con aquellos países, aquellas sociedades, que han basado su crecimiento anterior a 2008 en la palanca de la deuda; es decir, que –se afirma- han vivido por encima de sus posibilidades a cargo de os contribuyentes del centro y  el norte del continente. Esa obsesión moral hace imposible algo sin lo cual un verdadero proceso de integración europea no puede sobrevivir por mucho tiempo: una mínima empatía y una implicación de los distintos países –sobre todo los más poderosos- en la resolución de los problemas de los demás.  Al igual que ha ocurrido con la consolidación fiscal a ultranza, la gestión de la crisis de Chipre, muestra que traspasar los límites de la insolidaridad –por obsesión doctrinal o pura inercia- acaba siempre por tener un coste también para así quien lo impone.